Era tarde, la noche ya se había
asomado hacía tiempo. Solo borrachos se asomaban por esas calles, también había
adictos.
Estaba claro que entre tanta
oriundez era extraño ver a esa criatura, un pequeño niño de no más de 10 años
caminando entre el gentío tirado y que daba tumbos en vez de pasos. Muchos
intentaban agarrarlo, pero él era ágil y estaba acostumbrado, así que con
gracia los esquivaba y caían, por no poder mantenerse en pie.
El pequeño sabía muy bien hacia
donde se dirigía. Muchas otras veces lo había llamado su hermano, y sabía
exactamente para qué.
- ¿Esas ratas no te molestaron,
verdad? – el niño negó ante la pregunta de su hermano -. Esta vez es Kai – una
sonrisa retorcida y maléfica se formó en el rostro del niño. Tomó una paleta
del escritorio de su hermano y salió saltando, como si le hubiesen dado permiso
de ir a un parque de diversiones, y eso era para él.
Caminó, más bien, saltó hasta que
llegó a su objetivo. Kai, un chico, no mucho más grande que él. Había comenzado
con las drogas a los cinco años porque su padre le golpeaba.
- No has pagado a mi hermano –
dijo en un tono infantil. El otro solo le sonrió. No dijo nada, no rogó. Esto
desconcertó un poco al pequeño niño.
- Nemo, ¿cierto? – Kai habló
cuando escuchó destrabarse el arma, el niño solo hizo silencio -. ¿Sabes una
cosa? – abrió los ojos, notando que la inocencia en el rostro del niño había
desaparecido por completo -. Lo hice a propósito, ya no quiero más esto… -
señaló sus ojos rojos y se levantó la manga del sucio saco, mostrándole un
sinfín de cortes y marcas hechas por vidrios y las inyecciones -. Solo no
quiero seguir en este mundo.
El niño solo tiró del gatillo,
disparando a uno de los pulmones y otro al centro del pecho, donde se
encontraba el corazón. Kai viviría un par de horas, quizá un día, sufriendo la
muerte, deseando porque llegue la hora de que se lo llevaran. Así de retorcida
era la mente del pequeño. Miró su obra con una sonrisa de lado, y se quitó el
chupetín de la boca, haciendo un pequeño ruido, como siempre que cumplía con su
hermano.
Terminado su “trabajo” volvió a
su casa, no sin antes esconder el arma en un árbol del parque. Su madre no
conocía lo que hacía, para ella su ángel era eso, no lastimaba ni a una mosca.
Trepó por una enredadera que daba a su ventana y se metió en su cama.
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DongHae, pequeño, ya es hora de levantarse – llamaba su madre desde la puerta
del cuarto. Él se levantó con su hermosa sonrisa y la saludó. Se metió en el
baño y se cambió el uniforme. Cuando llegó a la planta baja, vio el desayuno
servido. Era triste que luego de la muerte de su padre, también su hermano se
haya ido. La casa estaba demasiado vacía sin él, y su madre era la que más
sufría, ya que a pesar de no demostrárselo, extrañaba demasiado a su hijo y
esposo. Apenas DongHae se iba al colegio, comenzaba a llorar, hasta que él
regresaba.
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Adios, omma – dijo dándole un pequeño beso en la mejilla y saliendo de la casa
con su mochila al hombro.
Tenía
apenas 10 años, pero le gustaba caminar por las calles solo hasta su escuela,
nunca nadie de su familia se lo había reprochado, así que iba y venía por su
cuenta las diez cuadras que separaban su casa del edificio.
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